domingo, 24 de mayo de 2009

TINTIN

Una aventura en los Sanfermines. No se lo van a creer... Tampoco yo daba crédito. No podía ser cierto lo que veían mis ojos. Eran Tintín y su fiel Milú, paseando por las obras de montaje de la tómbola, de la mano de un desconocido que parecía estar mostrándoles la ciudad. Afortunadamente llevaba mi cámara encima, así que di un salto y le sacudí unas placas, porque luego, ya se sabe, estas cosas si no las documentas, las cuentas y no te las cree nadie. Aunque el belga acaba de cumplir los 80, le vi como siempre, con esa edad indefinida que roza la eterna juventud. Su visita a Pamplona no es casual. Él siempre quiso tener una aventura en San Fermín. De hecho, ya tiene ‘apañao’ parte del argumento. La 24 aventura de Tintín estaría ambientada, por supuesto, en los sanfermines, y basada en la profunda amistad del escritor Ernest Hemingway con el capitan Haddock, que compartirían continuamente barra y terraza de los bares de la Plaza del Castillo, en torno al tintorro navarro y el whisky escocés. El secuestro del premio nóbel por parte de un grupo terrorista sería el eje de la aventura, en la que, al margen de tener un final feliz, con foto de familia en el salón del trono de la ‘dipu’ en la última viñeta, nos mostraría a nuestro héroe corriendo en la Estafeta delante de toros y cabestros. Milú ladraría a los gigantes; la Castafiore llenaría el Gayarre con lo más florido de la sociedad pamplonesa, los PTV del momento; el profesor Tornasol confundiría a Caravinagre con Napoleón el auténtico y, Hernández y Fernández, junto a los munipas, correrían detrás de los mansos para dar caza, sin éxito, a los secuestradores. Todo un argumentazo... Spielberg todavía está a tiempo de cambiar el guión de su nueva película. El caso es que al pobre Tintín lo que le falta es dibujante y el Hergé palmó anteayer. Yo, por echarle una mano, además de pedirle un autógrafo, le he aconsejado que hable con César Oroz, pero no sé en qué quedará todo este lío.
Publicado en Diario de Navarra el 24 mayo de 2009.




viernes, 22 de mayo de 2009

Javier Del Río

El escultor de luz. A sus 67 años, todavía le queda un marcado acento de su pueblo natal, Lerín, (ése que el 3 lo pronuncian ‘ches’), y eso que tan sólo con 15 años ya vino a Pamplona a estudiar en la Escuela de Artes y Oficios, y aquí se quedó. En aquella escuela, como en la película de ‘La historia interminable’, el chaval descubrió un libro mágico de cristales de colores y catedrales medievales en el que quedó atrapado. Su imaginación, volando a través de las páginas de aquel volumen encantado, le hizo intuir que las vidrieras podían llegar a ser arte, además de una forma de expresarse a través de la luz. Así que decidió hacerse vidriero, pero aquello tan raro ni se podía estudiar ni te lo enseñaban. Con curiosidad y tesón, encontró un compendio medieval del siglo XII, en donde el monje Teófilo, como en los libros de cocina de hoy en día, explicaba, paso a paso y con dibujos, los secretos y recetas del vidrio y el plomo, y así aprendió. Sus clientes son tan variopintos como sus trabajos y, además de compradores particulares, en su estudio se mezclan monjes de clausura con arquitectos de diseño, párrocos atrevidos o decoradores ilustrados, entre otros, para solicitar su ‘savoir faire’. Viajero incansable, sus puzzles de colores están por medio mundo: India, Hong-Kong... el más grande, equivalente a dos VPO de 90, o seis pisitos de los de Zapatero, lo tiene en San Salvador. De todos ellos, él se queda con el del privilegio de la unión, del salón de plenos de Pamplona, o el de la parroquia de San Alberto Magno, también en Pamplona. Afirma que la vidriera es cambiante. Varía de la mañana a la tarde, con la orientación y, por supuesto, con la diferente luz que hay en cada zona del planeta, por lo que hay que adaptarlas a su contexto. Con todas estas variables, Del Río hace arte cuando obliga y doblega a la luz a pasar a través de sus cristales, formando esculturas de luz que logran perfumar de color y sensaciones lo que está al otro lado.
Publicado en Diario de Navarra el 17 mayo de 2009.




domingo, 17 de mayo de 2009

Fernando Redón

El perejil de todas las salsas. “Qué daría yo ahora por poder compartir este momento con mis padres, después de transmitirme valores para mi tan importantes como el amor a la naturaleza y a las artes, al trabajo bien hecho y a considerar la bondad como la más grande de todas las virtudes...” Con estas palabras, recibía y agradecía hace ahora cinco años Fernando Redón el premio Príncipe de Viana de la cultura, de manos de Felipe, en la explanada de nuestra abadía de Leyre. Palabras que no pueden ser más justas. Dicen que la infancia es la verdadera patria de los hombres, y la de Redón, aunque espartana en la educación, fue de lujo. En aquella casa de las hiedras de Carlos III, donde nació en el 29, la de su abuelo Serapio Huici ( empresario y emprendedor), todos los mayores eran licenciados; René Petit era como su segundo padre, y Ortega y Gasset se paseaba por la mansión sembrando conocimiento y cultura para el que quisiera apreciarlo. Con esa pócima que bebió de joven se hizo arquitecto, rompió moldes sacando a Pamplona del oscurantismo arquitectónico, y como no, la Navarra profunda, la que siempre dice:” Eso en Pamplona, no...”, le intentó quemar en la hoguera en varias ocasiones, tachándole de “terrorista de la arquitectura”. Como a Galileo, Copérnico o Miguel Ángel, el tiempo le puso en su sitio. Cito a éstos, porque Redón ha sido un boy scout del humanismo, y su curiosidad insaciable hacia la cultura en todas sus dimensiones le ha llevado a brillar en fotografía, pintura, dibujo, diseño, edición de libros; recupero los esmaltes de Aralar cuando fue director de Príncipe de Viana, metió un bosque de hayas en nuestro pabellón de la expo universal... me agota. Ahora, mientras sus quintos se distraen con las obras de la Barcina, el perejil creativo, que así le llamaba su madre, sigue pintando, viajando, y sobre todo, disfrutando y admirándose de una naturaleza que aunque se le escapa de la comprensión, le sigue asombrando cada día. No me digan, que no tiene un aire a Leonardo.
http://www.retratosafilados.blogspot.com/
Publicado en Diario de Navarra el 10 mayode 2009.




domingo, 3 de mayo de 2009

Julián Retegui

El coleccionista de txapelas. ¿Qué habríamos hecho cualquiera de nosotros de haber nacido en 1954 en un pueblecito pequeño como Eratsun, sumergido entre valles de eternos y neblinosos bosques en donde las dos paredes del frontón fuesen el único corazón social del pueblo, estando además nuestra casa justo enfrente a este salón popular? Pues eso, jugar a pelota. Así que nuestro Julián, de txiki, con 3 ó 4 años ya empezó a acariciar aquellas paredes con medidos pelotazos y, con sus ojillos vivarachos que se fijaban en todo y que le acompañarían a lo largo de toda su vida, VEIA Y APRENDIA lo que le enseñaba su tío Juan Ignacio, el mítico Retegui I. Estudió, trabajo en Papelera de Leitza y se fue a cortar leña en los Alpes, según él, porque le pagaban una fortuna. Por suerte, dejó el hacha y su tío y Martín Ezcurra, que ya veían en él buenas maneras, le empujaron al mundo de la competición. Y triunfó. Fueron 27 años de gloria. Hoy en día, 8 años después de su brillante retirada, el mundo pelotazale sigue sin explicarse el fenómeno Retegui II, un récord histórico de títulos, imposible de repetir. Quizá podamos intuir dónde radicaba el secreto. Julián Retegui, alias Retegui II, recibió cualidades de la naturaleza y supo optimizarlas en la cancha. En el frontón hay que jugar con EL PODER, LA TÉCNICA y EL MOVIMIENTO. Julián añadía a estas tres variables la inteligencia, con lo cual modificaba aquellas en función del adversario. También sabía que mantener la moral alta era fundamental para no venirse abajo, y construyó una herramienta psicológica de doble filo. En la cancha o DOMINAS EL JUEGO, o DOMINAS EL FRONTÓN, de manera que si fallaba en una, se apoyaba en la otra y, así, su moral casi nunca flaqueaba. Astuto como la serpiente, pero sencillo como la paloma, decían que era frío, que no se emocionaba, pero no es cierto: “Yo también he llorado, pero me lo quedaba dentro. En aquellos momentos, me habría gustado abrir los brazos y de un golpe, abrazar a todo el frontón”. Se me olvidaba, el txiki de 4 años acabó ganando 11 campeonatos del manomanista, 5 de parejas y 4 del cuatro y medio. Aplausos
Publicado en Diario de Navarra el 3 mayo de 2009.