domingo, 12 de octubre de 2008

Benito Martínez

A la sombra de Francisco de Xabier. Con un viento sur de “matacabras” que levantaba casullas y sotanas y hacía volar gorros y casquetes, recibió Benito en 1983 a Juan Pablo II en Javier. El era el maestro de ceremonias y liturgia, y sin apartarse del Papa ni un instante sintió aquel fuerte viento no como molestia, sino como un soplo del Espíritu Santo que llenaba la explanada del castillo de Paz y alegría. De chaval, en aquella Tudela que le vio nacer hace 76 años, admirado por la vida del misionero, cogió la maleta llena de ilusiones y se fue a Loyola para hacerse jesuita. Ya en Pamplona, tras haber pisado en la India las huellas del santo, se dedicó a los niños del colegio, como Xabier lo hiciera en Goa, cuando llamaba a los peques a toque de campanilla. Su obsesión por las misiones le llevó, entre otras iniciativas, a crear un ropero, y por las noches, en la sacristía, armado de metro y tijeras cual sastre de diseño, confeccionaba miles de pantalones para los niños de Gugerat. Todo era poco para ayudar. El destino y su voto de obediencia le llevaron lleno de alegría, hace más de 30 años a la fortaleza, como a él le gusta llamar a la casa de nuestro patrón. Y allí, en Javier hace de todo, lo mismo vale para un roto, que para un descosido, su experiencia de sastre le avala, pero lo que más le gusta es la oración:” Todo el día estoy con él, vivo en su casa y siempre le pido favores para los más desprotegidos, le llevo en el corazón”. Doy fe de ello, pero también le lleva en el bolsillo, en forma de medallón.

Publicado en Diario de Navarra el 12 octubre de 2008.
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